Nos
guste o no el chicle, hay un aspecto que no se puede pasar por alto. Casi todo
el mundo lo conoce y casi todo el mundo lo ha consumido alguna vez, por lo
tanto no está de más que sepamos alguna cosa sobre su origen y el porqué de su uso
mundial.
El
habito de mascar chicle, al igual que infinidad de otros productos se los
debemos a Colon y al descubrimiento de América ya que la palabra chicle deriva
del término en lengua náhuatl, tzictli, que se utilizaba para referirse
al látex aglutinante, lechoso y pegajoso que se extraía de la corteza del árbol
chicozapote así como del fruto del mismo árbol denominado zapote.
Incisiones en el tronco del árbol chicozapote para la extracción del látex
La
palabra chicle es por lo tanto un aztequismo, es decir, un término proveniente
de la lengua aztecas y como tal está recogido en el Diccionario de la real Academia,
pero a diferencia de otros términos de origen americano como tomate, chocolate
cacao… que pronto fueron introducidos en el idioma castellano, la palabra
chicle aparece por primera vez en el Diccionario de 1899.
La
razón por la que la introducción “oficial” de la palabra chicle fue tan tardía
pudo deberse más a motivos sociológicos que lingüísticos. La causa hay que buscarla en la
mala fama que tenía el uso de masticar chicle o chicleo entre la sociedad
azteca en primer lugar y luego entre la sociedad criolla, es decir, entre los
españoles y sus descendientes que vivían en el Nuevo Mundo, más concretamente
en Méjico. Esa mala reputación provenía del uso extendido del chicle entre las
prostitutas y así lo comenta, Fray Bernardino de Sahagún que escribió:
“las
alegres tenían también de costumbre sahumarse con algunos sahumerios olorosos y
andar masticando el tzictli para limpiar los dientes, lo cual tienen por gala;
y al tiempo de mascar suenan las dentelladas como castañedas”
No solo las mujeres de mala
fama mascaban chicle sino también se generalizó dicha costumbre entre mujeres
de bajo capa social llegando a tal rechazo que su uso estaba prohibido entre
las embarazadas pues se creía que los niños nacerían con netentzoponiliztli, es
decir, no tendrían encías fuertes por lo que no podrían mamar y fallecería. Es fácil
comprender que tan mala reputación del chicle ocasionara que la introducción en
la lengua castellana se alargase a más de cuatrocientos años del descubrimiento
de América.
Si bien el uso del chicle
estuvo mal visto por los españoles, esta situación no se produjo con los
conquistadores anglosajones de Norteamérica. Ya desde un primer momento los
ingleses copiaron a los indios iroqueses la práctica de mascar la resina de un árbol
parecido al abeto. Pero fue, el general Antonio López de Santa Anna quien de
forma tal vez no deseada introdujo el uso del chicle en Norteamérica. Santa
Anna fue un general mejicano que tras la derrota de Méjico frente a los Estados
Unidos acabó exiliado en Nueva York, y allí conoció a Thomas Adams, fotógrafo,
inventor, científico y sobre todo hombre de negocios que viendo la adicción del
general mejicano y su propio hijo a masticar la insípida resina, pensó en las oportunidades
de negocio que podía ofrecer la venta de las pastillas que el propio Adams denominó
chewing-gum.
En 1871 Adams puso en venta
unas bolitas de chicle a un penique la unidad por lo que de forma inmediata se
convirtieron en todo un éxito. Quince años mas tarde otro industrial, William J. White añadió a la goma de mascar menta para perfumarla y hacer al chicle mas
comestible, y no solo eso, sino que contrató a una famosa actriz de teatro, Anna
Held, para que recomendase su consumo. Eran los primeros pasos de la publicidad
agresiva. Adams respondió inundando el metro neoyorquino con las primeras maquinas expendedoras de
chewing-gum.
Como suele ocurrir, llego una
tercera persona que se llevó el gato al agua. William Wrigley Jr. se adueñó del mercado del chicle con dos marcas
basadas en dos sabores, la menta y la fruta, que dieron lugar a los respectivos chicles Wrigley’s Spearmint y Wrigley’s
Juicy Fruit. Para consolidar su posición como primer vendedor de chicle
utilizó técnicas publicitarias muy agresivas, como por ejemplo, el eslogan “A todo el mundo le
gusta que le den algo a cambio de nada” por lo que envió gratis en 1915 un
chicle a todo abonado del listín telefónico. Cuatro años más tarde repitió la operación
pero le salió mucho más cara pues, se había pasado de un millón de abonados a
siete.
Al principio y a pesar de la
publicidad de Wrigley, la sociedad norteamericana tardó en acostumbrarse a
consumir chicle pues creía que era un hábito vulgar y molesto. Sin embargo en
1930 el chicleo superó todo inconveniente moral e higiénico y se convirtió en
un pilar solido del American Way of Life, es decir, pasó a ser un icono más de
la vida americana. El siguiente paso que le quedaba al chicle era expandirse por
el mundo. Para ello se valió ni más ni menos del expansionismo militar
norteamericano surgido en la Segunda Guerra Mundial y los conflictos
posteriores ya que los soldados consumían chicle en una proporción cinco veces
mayor que la del resto de población norteamericana. No existe imagen más propagandística
que la de un sonriente y amable soldado estadounidense que entrega a un
desconsolado niño un pequeño paquete conteniendo algo que le hará saltar de alegría;
Chicles.
Es curioso como un producto que durante
años, por no decir siglos estuvo considerado como propio de prostitutas y gente
vulgar haya pasado a considerarse como símbolo de los valores occidentales de
libertad, democracia y libre empresa. Libre y muy próspera pues la industria
del chicle, hoy en día, es una de las más potentes económicamente hablando. El tzictli ha demostrado con su historia
lo variable que es la naturaleza del ser humano.
Impresionante lo que sabes del chicle pero lo malo es que no nos dejan masticarlo en clase jajajajja
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